¿Qué hacemos con la tristeza?

Hace unas semanas trabajando con una niña el tema de su enuresis, hecho que la avergonzaba, le dije que a veces el “pis” nos quiere contar algo. Le expliqué el caso de un niño que ante una situación difícil para él como fue la separación de sus padres tuvo problemas en este sentido que duraron el tiempo que sentía tristeza y preocupación. Una vez que pasó esta situación desapareció el problema. Le conté también que, según una amiga mía, el “pis” es la forma que tiene el cuerpo de sacar las lágrimas que no lloramos y que por eso hay un refrán castellano que dice “lo que lloras no lo meas”; aunque a veces, le seguí contando, no nos habla sólo de la tristeza sino que también puede ser el enfado o el miedo o cualquier otra emoción difícil para nosotros. 

Le propuse hacer un “teatro” donde yo representaba a su pis y ella hacía de sí misma y tenía que adivinar si yo tenía algún mensaje para ella. Cuando me puse frente a ella le pedí que se concentrara en su cuerpo y sus sensaciones y observara si sentía alguna emoción concreta. En unos minutos me dijo que sentía “tristeza”. Seguimos trabajando y pregunté: ¿qué es lo que te produce tristeza? Después de unos momentos pensando refirió dos cosas: “que no puedo vivir con mi familia” y “que estas Navidades serán las primeras que no estoy con mi familia”. Le expliqué lo que es un duelo por una pérdida, como podía ser la separación entre ella y su familia, algunas de las emociones que lo acompañan y lo que puede durar, tratando de normalizar sus sentimientos. 

A continuación le dije “entonces parece que el pis es un amigo que te está ayudando a expresar esa tristeza de la que no te dabas cuenta; pero claro, esa forma no te gusta mucho porque luego delante de los demás te da vergüenza; ¿de qué otras formas puedes sacar la tristeza para que no tenga que hacerlo el pis?”. Nos pusimos entonces a hacer un listado de cosas que pueden servir para expresar la tristeza: llorar, ver películas tristes de llorar, pintar, bailar, escuchar o inventar canciones tristes, escribir un diario o inventarse cuentos…. Y otras tantas más. Hablamos de cómo los artistas han utilizado el arte para expresar sus emociones. Quedamos en que elegiría la forma que mejor le sirviera para este fin y me contaría la siguiente vez que nos viéramos. En la siguiente sesión la enuresis había desaparecido (ojalá fuese siempre así de rápido).
Situaciones como ésta, dentro del contexto terapeútico y otras muchas de la vida cotidiana, me hacen pensar qué tiempo y espacios damos en nuestra sociedad a los duelos, bien sea por la muerte de personas queridas o por cualquier otra pérdida (personas, situaciones, sueños…) y a la emoción que más los representa: la tristeza.  

La tristeza es la emoción primaria que sirve para integrar una pérdida, para elaborar una despedida y requiere su tiempo, bastante tiempo, en ocasiones especiales mucho tiempo. Las emociones primarias son necesarias para la supervivencia, nos avisan y nos permiten adaptarnos a los cambios en el entorno. Cuando nuestro entorno familiar o cultural no “ve bien” o “no permite” alguna de las emociones primarias (“los niños no lloran”, “las niñas no son agresivas”) necesitamos expresarlas a través de otra emoción secundaria. Así, a menudo mostramos enfado cuando realmente estamos tristes o viceversa, tenemos una depresión cuando no podemos expresar un enfado profundo, o mostramos alegría cuando tenemos miedo… las modalidades pueden ser muy diferentes dependiendo de nuestro entorno más cercano. Jorge Bucay lo expresa muy bien en su cuento “la Tristeza y la Furia” que os animo a leer. 

Mi percepción es que a nuestra sociedad le incomoda o molesta la tristeza, tanto propia como ajena. Como ejemplo, después de la muerte de un familiar tenemos derecho a faltar unos días al trabajo, transcurridos los cuales se supone que eso ya pasó a la historia y estamos como nuevos. Ya están pasados de moda los lutos, las plañideras, los llantos, los cementerios y los rezos. Y no los hemos sustituido por nada, tenemos que salir, hacer vida normal para demostrar cuánto antes que “ya lo hemos superado”. ¿Cuántas muertes, separaciones familiares, rupturas de pareja, pérdidas de amigos, mascotas, trabajos, bienes u objetos con valor sentimental no nos permitimos vivir o lo hacemos a la carrera porque no está bien visto o no tenemos tiempos y espacios para ello? ¿Cuánta tristeza llevamos escondida o camuflada para que los demás no se sientan incómodos o no se preocupen? 

 Con esto lanzo la pregunta abierta: ¿cuántos momentos y espacios tienen los menores de nuestro sistema de protección para conectar con su tristeza y elaborar sus duelos? ¿cuántas personas tienen a su alrededor receptivas para reconocer, permitir y acompañar en esa tristeza? No olvidemos que viven inmersos en un duelo tanto por la familia a la que no ven cada día de su vida como por ese sueño roto de “familia feliz” al que tienen que renunciar frente a unos compañeros de clase con hogares supuestamente felices y normales. ¿cuántas veces estamos encantados porque a su llegada al centro o familia de acogida está “muy bien” y “se ha adaptado perfectamente”?. Cada vez que oigo esto lo primero que pienso es: “mal asunto ¿por dónde saldrá el duelo de este niño o niña? Quizás no esté tan “bien” sino simplemente “desconectado o desconectada” para no molestar ni que le molesten.

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