El poder de las heridas

Los niños son inherentemente vulnerables, sin embargo, a la vez son fuertes en su determinación a sobrevivir y crecer”. Radke-Yarrow y Sherman (1990)


Hace unas semanas, una de las niñas con las que trabajo, al terminar la sesión me dijo que prefería volver andando desde la sala de terapia, aunque tuviera que hacer un largo camino con el peso de la mochila, porque disfrutaba paseando y deteniéndose a mirar el paisaje. Al acabar el día, estuve pensando en cómo, a pesar del pasado de dolor de su infancia, era capaz de disfrutar de las pequeñas cosas y en apreciar con detalle el entorno que pudo ser adverso en su día.


Cuando conocemos a un menor por primera vez, vemos su vulnerabilidad, y a medida que le vamos conociendo durante el trabajo terapéutico, nos hacemos verdaderamente conscientes del maltrato y de su huella. Del sufrimiento que ha supuesto para estos niños el abandono, la violencia, la desatención, o la inestabilidad de sus cuidadores, así como los efectos de no encontrar una figura estable de referencia.

 

 

 

A pesar de este daño, podemos encontrar en nuestros niños la gran capacidad de seguir adelante demostrando todo un poder de superación y talento para luchar.


El concepto que utilizamos desde la Psicología para explicar la disposición humana a “resurgir de las cenizas” es: resiliencia. La podemos definir como "una condición humana que da a las personas la capacidad de sobreponerse a la adversidad y además, construir sobre ellas. Se la entiende como un proceso dinámico que tiene por resultado la adaptación positiva, aún en contextos de gran adversidad" (Suárez Ojeda, 2004). Aunque el término en nuestro ámbito de trabajo sea relativamente actual, en distintas culturas a lo largo de los años, se ha hablado de esta disposición para recobrarse.


Los indios navajos del suroeste de los Estados Unidos, acuñaron el término mandala para designar a la fuerza interna que hace que el individuo enfermo encuentre su resistencia interna para sobreponerse a la enfermedad, y así alcanzar la paz y orden interno (Uriarte, 2005). Los autores Vanistendael y Lecomte, (2002), explican que en Noruega, llaman a los menores que viven en conflicto social, niños diente de león, por su parecido con la frágil planta que es capaz de crecer en medios muy difíciles. En la India, les representan con la flor de loto, por encontrar la manera de nacer en aguas sucias.


Es en Japón donde nace la filosofía del Kintsugi, a partir de una técnica centenaria de reparación de cerámica, en la que se resaltan sus fragmentos rotos con polvo de oro. En esta restauración, el secado es un proceso decisivo, teniendo que esperar meses para que la resina se endurezca y garantice su cohesión y durabilidad. Esta metáfora, se ha utilizado para explicar las fortalezas de las personas que han sufrido sucesos traumáticos en su infancia, otorgando valor a las imperfecciones, y siendo capaces de sobrellevar sus cicatrices.