“Escribiendo...”
Durante los últimos meses las necesidades de intervención han ido variando considerablemente supeditadas a esta situación de incertidumbre que nos acompaña y que parece haberse instalado cómodamente en nuestras vidas. Hoy en día la tendencia cada vez mayor es que la intervención psicológica pueda ser tanto presencial como a distancia a través del uso de las nuevas tecnologías (Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, 2018) logrando en principio unos resultados similares. Sin embargo, una multitud de dudas surgieron en mi cuando “conocí” a C. Desde luego no fue una presentación al uso, aunque pensándolo bien no había nada “al uso” sucediendo en el pasado mes de marzo. Por primera vez nada de “ponernos cara y charlar”, sino más bien un mensaje “acaba de fallecer su padre, sabe que vas a llamarla, le he dicho que eres psicóloga y que vas a ayudarla”. A veces me entran dudas de que clase de carta de presentación supone ser introducida como “psicóloga”, todas las ideas o falsos mitos que subyacen a ese término, los miedos a ser etiquetado de “loco” o la baja percepción de necesitar esa supuesta “ayuda” que se les quiere prestar.
El Colegio Oficial de Psicólogos
de Madrid (2018) señala que “las primeras preocupaciones de los psicólogos a la
hora de realizar intervención telepsicológica son la pérdida de información no
verbal del cliente y la dificultad de establecer una adecuada alianza
terapéutica, así como los riesgos en la confidencialidad”. En mi caso, el
primer objetivo y lo que probablemente hizo de guía para la intervención con C fue
sin duda que establecer una adecuada alianza terapéutica en los primeros
momentos era fundamental y aseguraría el éxito de la intervención.
En el caso de C la cercanía a su
mayoría de edad junto con una larga trayectoria en el sistema de protección “jugaba
en nuestra contra”. En alguna de nuestras primeras conversaciones pudo hablarme
del amplio número de recursos residenciales y profesionales que había conocido
en los últimos años (infinidad de: ciudades, compañeros y compañeras,
habitaciones, pertenencias, educadores, psicólogos, técnicos de caso, voluntarios,
etc). En definitiva, personas y lugares que habían ido participando de su vida
durante un tiempo (a veces más a veces menos fugaz) pero que por una u otra
razón terminaban por desaparecer. Como os
podéis imaginar la actitud inicial ante la intervención no fue la más favorable,
de nuevo alguien que pretendía entrar en su vida y que en cualquier momento podía
desaparecer, pero aun así aceptó iniciar el contacto.
Según el Servicio Especializado del Territorio Histórico de Bizkaia (2006):
Hay una gran unanimidad entre
muy diversas teorías psicológicas acerca de la gran importancia que tienen las
primeras experiencias infantiles para todo el desarrollo posterior. La forma en
que los niños experimentan las primeras relaciones con sus adultos cuidadores
influye de manera muy significativa en la forma en la que van a aprender a
relacionarse con los demás y con respecto a sí mismos y a sentirse más o menos
seguros en sus relaciones y en la exploración del mundo general. Aunque la teoría
mantiene que las primeras experiencias son fundamentales, las investigaciones
han demostrado también que las experiencias en etapas posteriores pueden
resultar reparadoras y compensar aquellas heridas ocasionadas por las situaciones
de maltrato y desprotección.
Yo me preguntaba “¿cómo voy a
lograr que confíe en mí?” Cuando todo lo que había conocido en los últimos
años se encontraba en constante cambio. Por primera vez empecé a pensar en la
falsa sensación de seguridad que caracteriza nuestras vidas (la panadería abre
a las 8:00, la línea 6 de autobús pasa cada 15 minutos, veré a mis amigas la
semana que viene, en verano iré a la playa, etc) y como todo se ha derrumbado
(o no). Ante tanta incertidumbre por fin parecía que podía aproximarme en algo
a comprender como C se había sentido durante toda su vida y lo que trataba de
explicarme mientras hablábamos. Y de nuevo yo me preguntaba: “¿voy a ser
capaz de ayudarla en la distancia? ¿cómo voy a generar ese contexto de
seguridad cuando me falta algo tan importante como es el estar presente físicamente?”
Aún con todas estas dudas me sentía privilegiada por poder acceder al interior de C. Entendía que su desconfianza no era más que una estrategia que le ayudaba a protegerse, eco del modo de relación que conocía con los adultos que habían formado parte de su vida. Nos encontrábamos entonces ante la compleja tarea de construir esa relación de confianza y afecto que nos permitiera modificar esa visión y devolverle el control sobre su vida que hacía tiempo había perdido.
“¿Sería capaz de encontrar en mi esa aceptación incondicional?” “¿Podríamos construir una relación sincera y sanadora?” “¿Sería capaz de prestarle una mirada atenta y comprensiva a través de una pantalla?”
Esta situación se mantuvo hasta junio, momento en el que se nos
presentó la oportunidad de vernos en persona, comenzar con la intervención
presencial, “ponernos cara por fin”. Y empecé a preguntarme, “¿ahora empieza la
intervención de verdad?”. En respuesta a esa pregunta os diré que la
intervención empezó en el primer momento en el que hablamos por teléfono, con
el primer “hola”, y que ese acompañamiento que ella me había permitido realizar
durante estos meses había sin duda cambiado de alguna forma la manera en la que
ella percibía la relación. Durante meses habíamos ido construyendo, poquito a
poco, las bases de esa alianza terapéutica. Creando un soporte, un
terreno sobre el cual continuar nuestro trabajo, ahora de una nueva manera,
cara a cara, aunque como os decía antes... he aprendido que solo es otra forma
de comunicarnos.
Referencias bibliográficas
De la Torre, M. y Pardo, R. (2018). Guia para la intervención telepsicológica. Madrid: Colegio Oficial de Psicólogos.
Servicio Especializado del Territorio Histórico de Bizkaia. (2006). Manual de intervenciones en situaciones de desprotección infantil. Pais Vasco: Diputación Federal de Bizkaia.
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