Calma para el alma

 Yo siempre digo, y esto no es ciencia, que todas las personas somos muy inteligentes a nivel de piel. Me explico, todos notamos de una forma muy básica y sencilla si alguien nos acepta cómo somos, si está con y para nosotros, de “verdad verdadera” que podría decir un niño, como si nos dijeran: aquí estoy para ti o más bien, aquí soy para tí.

Y pienso: este pequeño de 6 años, y este adolescente de 14, que son muy inteligentes, con esa inteligencia que les da haber estado atentos a cada pequeño detalle que les señalara si hoy, en este momento, podía bajar un rato la guardia, o si debía mantenerse alerta escudriñando siempre el mundo para ver si venía el peligro está vez. Y entonces me pregunto: ¿cómo me siente?, ¿cómo nos siente, a sus educadores, a su familia de acogida, a su técnico, a mí, a sus profesores?, a todos y cada uno de los que estamos a su alrededor para- ¡vaya responsabilidad! – hacer su vida un poco mejor. ¿Nos siente cerca?, ¿nos siente conectados con él/ella? Y esto me lleva al meollo de la cuestión: ¿estamos nosotros cerca?, ¿estamos en disposición, (es decir en posición…), de conectar con él/ella?

Lo que necesitan es que curemos sus heridas, que les devolvamos la seguridad que perdió -que le quitaron- con aquel cinturón que le quemaba la piel y le helaba el corazón, con aquellas miradas que le petrificaban de miedo, con aquel terror ante la mano que se metía entre su ropa interior, aquella mano que debía protegerle de los males del mundo, - ¡ay!, ¡y ese era su mal! -. Y me pregunto, ¿por qué es tan difícil ver su dolor, su herida?  Estas heridas sí sangran, yo las he visto. ¡Han destrozado su alma! 

Que sea invisible no implica menos daño.  Ahora convivimos con un minúsculo virus, tan pequeño que no se ve a simple vista, pero ¡cuántas vidas se ha llevado!, ¡cuánto daño nos ha generado!

El mal de estos niños no se contagia, es verdad, porque si no muchas personas estaríamos contagiadas, porque el maltrato vive cerca de nosotros. Está ahí cuando tu vecina le dice a su hijo todos los días “pedazo de inútil”, está cuando el niño de 3 años mira a su padre entre atónito y asustado, como si hubiera descubierto de repente lo inhóspito que puede ser el mundo, después de las dos bofetadas que le ha dado al sacarlo del restaurante por no comportarse -como un adulto, ¡claro! -. Está, cuando al cerrarse la puerta de al lado, un niño se orina sin poder controlar el miedo que se le mete en los huesos porque su padre viene bebido, ¡otra vez!

Si se pudiese ver al microscopio como la, ya tan cotidiana, imagen del Covid-19, nos sorprendería cuánto hay y qué cerca puede estar.

Ellos solo quieren una cosa: que su alma encuentre la calma. Y cada una de las personas que estamos a su alrededor tenemos la responsabilidad de decidir cada día qué ponemos en su vida: calma o alarma. 

¿Qué eliges poner hoy?: Piensa bien qué pones, porque “o eres parte de la solución, o eres parte del problema”, como decía Lenin.





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