Las Mentiras. Una mirada comprensiva


En nuestro día a día es muy frecuente encontrarnos con afirmaciones como:

 

"Es muy mentiroso", "Defiende la mentira hasta el final", "No se puede confiar en él porque siempre miente", "No le creemos porque nos miente muchas veces"

así como con el malestar que manifiestan y refieren muchos adultos como consecuencia de esta conducta.

Nosotros queremos ayudar a comprender, ir un poquito más allá del hecho, con el fin de intentar desvincular la acción propiamente en sí, de la persona. Proponemos una mirada de la persona más amplia y comprensiva sin aprobar el hecho de la utilización de las mentiras; algo que a menudo o en una primera vista puede resultar difícil de llevar a cabo o de encontrar la postura adecuada.

En primer lugar, tenemos que saber que las mentiras forman parte del desarrollo cognitivo del niño y de su exploración del mundo social. Mentir supone tener creencias sobre el otro por lo que requiere de una habilidad cognitiva que va a ir aumentando a medida que el menor se va desarrollando y que se mantiene a lo largo de toda la vida, aunque modificando su variabilidad. Generalmente, la conducta de mentir la situamos en los niños y adolescentes, pero ¿y los adultos? ¿acaso tú dices siempre la verdad en todas y cada una de las circunstancias de tu vida y a todas las personas? ¿qué actitud adoptas cuando tú mientes? Y cuándo eres descubierto en una mentira ¿cómo reaccionas?, ¿cómo te gustaría que fuera la respuesta del otro?

Las mentiras de los niños a menudo tienen una intención a la que los adultos deberíamos procurar atender; pueden ser meras fantasías, responder al deseo de acaparar más atención en algún o varios contextos de su entorno y/o con el deseo de evitar una consecuencia, castigo o crítica. Las personas que acompañan a los menores, lejos de atribuir una intencionalidad personificada, deben ofrecer confianza, validar su persona y ayudarle en la búsqueda de respuestas más adecuadas y adaptativas. 

Antes de “atacar” directamente a la mentira, parémonos un momento, veamos a la persona que tenemos delante y observemos e intentemos buscar la causa de esa conducta. Quizá necesite distanciarse de su realidad porque le es difícil de aceptar la situación que está viviendo y por ello idealiza, fantasea o crea  vivencias que le resultan más agradables, le calman y/o le ayudan a tolerar y afrontar el día a día. Esto no quiere decir que el niño haya perdido la conciencia de realidad, sino que a veces necesita esa distancia emocional y cognitiva para coger impulso y volver a conectar con ella y consigo mismo. 
 
Tampoco es extraño encontrarnos con niños que alardean o presumen de cualidades, bienes o incluso de acciones que le permiten ganarse la atención o el reconocimiento de iguales y adultos. Ante esta situación generalmente solemos escuchar ¿pero no se da cuenta que los demás ya le conocen y saben que es mentira? o ¿de verdad se piensa que nos creemos esa historia? o transmitimos al niño que los demás no van a querer estar con él porque les miente o que ya le conocen y no le creen. Ante estas conductas sería conveniente que los adultos obviemos esa fanfarronería o vanidades e intentemos buscar la manera de proporcionar a ese niño la atención que necesita y que de alguna forma reclama; se trata de estar para él incondicionalmente más allá de lo que nos desagrada y a través del refuerzo positivo de otros comportamientos. Generemos la posibilidad de un descubrimiento personal de fortalezas para él mismo y para los demás.

Como mencionamos al comienzo, también nos podemos encontrar con niños y adolescentes que por temor o por la creencia de evadir con el uso de las mentiras un castigo, represalia o crítica hacen uso de ellas, manteniendo su discurso con gran empeño y tesón. Ante esta cuestión, cabe preguntarnos ¿cómo es mi actitud con él ante una respuesta inadecuada? o, ¿cómo reacciono ante una situación que me genera frustración o no cumple mis expectativas? Quizá ahí podamos avistar una pincelada de aquello que ese menor trata de evitar que ocurra.

Valida y permítele tener miedo, ¿acaso tú nunca lo tienes? Desde el miedo actuamos para sobrevivir, para asegurar nuestra supervivencia y como tal llevamos a cabo respuestas de huida y protección que, aunque no sean las más adecuadas se ejecutan con la intención de que lo sean, a veces dejando a un lado la parte racional.

Reconfórtale desde la seguridad, la calma y bríndale una explicación que implique una aceptación de su persona al tiempo que desapruebes la conducta, pero sobretodo, proporcionarle oportunidad; oportunidad de aprendizaje, reparación de sus esquemas previos y confianza en él y en el cambio.


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