Os voy a presentar a Ana
Ana es una niña de nueve años a la que le
gusta mucho ponerse sus calcetines de colores en invierno, saltar más que
cualquier otro niño de su clase, cuando le dicen que esta guapa con la cabeza
ladeada y los ojos relucientes, contar las monedas de su hucha…
A
Ana no le gusta nada que le castiguen mucho rato, que le griten por las dos
orejas, los niños que no quieren jugar con ella, las manos arrugadas después de
bañarse…
Los
mayores le habían enseñado que el sol es amarillo, la hierba verde y los
tejados son rojos. Por eso, le pareció muy raro que en aquel mundo tan ordenado
y “perfecto” su tío le obligara a hacer cosas de mayores- así lo
llamó la primera vez que fue capaz de ponerle un nombre.
Durante
los cuatro años en los que su tío Carmelo le estuvo obligando a hacer cosas
de mayores no sólo se sintió más sola que nunca jamás en toda su vida,
además, su universo se puso patas arriba y ya no sabía que estaba bien o mal en
aquel mundo tan raro donde el sol era amarillo…
Empezó a pintar soles marrones, después grises y finalmente negros.
Empezó a pintar soles marrones, después grises y finalmente negros.
Tragaba,
tragaba, hasta que un día llego a atragantarse con todo aquello que sentía y no
quería sentir. Llego un momento en el que el mundo…ya no sabía a nada. ¡El
mundo se le había hecho bola! lo mismo le daba comer un plato de
lentejas, un bocadillo de Nocilla, que un puñado de tierra. Sólo quería que ese
dolor en el estómago desapareciera para siempre y el sol volviera a ser
amarillo…tragaba y tragaba para conseguirlo.
Justo
al final de curso un día su profesora le avisó con cierta urgencia de que tenía
que irse a casa; su tío se había muerto. Lo primero que le vino a la cabeza… -
He matado a mi tío Carmelo-, ¡había deseado tantas veces que su tío se
muriera! Lo deseaba prácticamente a diario y ahora había ocurrido.
Después
de cuatro años repitiéndose las mismas escenas, hacía tres meses que su tío
Carmelo se había muerto, por eso ahora estaba casi segura que todas
aquellas cosas malas que su tío le decía que le iban a suceder si no hacía las
cosas exactamente como él se lo pedía, no sucederían. Su tío ya no podía tocar
su cuerpo, ni podía vengarse haciendo
daño a su perro Toby, su único amigo durante aquellos días de soles negros.
Ahora
vivía con su tía Sofía, en la costa. Su tía ya le había explicado que la muerte
del tío Carmelo no había sido culpa suya, también le había explicado que
tampoco era culpable de las cosas malas que el tío le obligaba a hacer, de que
Carmelo abusara de ella, como le decía su tía Sofía. Ella no terminaba
de entender todo aquello que le contaba la tía Sofía. Sin entenderlo, sentía
que la tía tenía razón, porque le daba esos besos y abrazos en los que se te
cierran los ojos sin quererlo y sabes que todo está en orden y el mundo empieza
a tener sentido de nuevo.
Desde
hacía tres meses que vivía en la costa con su tía Sofía y desde hacia tres
meses que tenía pesadillas, cada día, con su tío Carmelo. En sus pesadillas, la
mayoría de las veces su tío Carmelo le obligaba a tocarle alguna parte de su
cuerpo, normalmente el pene, así pasaban sus noches…
Su tía Sofía lo sabía y todas las mañanas esperaba a que se despertara para darle un abrazo y volver a reorganizar su universo. La tía también le explicaba que aunque fuera un sueño ella podía decir que no quería hacerlo y que ella, su tía Sofía, siempre estaría a su lado para darle ese abrazo que reorganizara su universo.
Su tía Sofía lo sabía y todas las mañanas esperaba a que se despertara para darle un abrazo y volver a reorganizar su universo. La tía también le explicaba que aunque fuera un sueño ella podía decir que no quería hacerlo y que ella, su tía Sofía, siempre estaría a su lado para darle ese abrazo que reorganizara su universo.
Un
día se levantó diferente, como cada noche durante tres meses y tres días había
vuelto a soñar con su tío Carmelo y como cada mañana le estaba contando a su
tía lo que había pasado en el sueño:
-
Estábamos
en un bosque de árboles azules tú y yo. Merendábamos
bizcocho de fresas y moras encima de unos troncos. De repente, el tío
Carmelo apareció entre los árboles y me dijo que quería decirme una cosa.
- ¡ Qué rico, me encanta el bizcocho¡, ¿Y que
pasó?-la tía le escuchaba con mucha atención.
- Yo
no tenía miedo porque tú me estabas agarrando la mano. Tú le decías al tío
Carmelo que lo que tuviera que decir que lo dijera en alto, que tú también lo querías
oír.
- Claro.
- Entonces
dijo que lo sentía mucho, que sólo venía a pedirme perdón. Y desapareció.
Su
tío Carmelo desapareció para siempre de sus pesadillas. Ella no lo supo hasta
dos años después, pero eso era exactamente lo que necesitaba oír y lo que
estuvo esperando oír durante esos cuatro años, desde el primero hasta el último día.
Finalmente
decidió que no quería seguir odiando a su tío Carmelo.
Pensó
que querer a alguien era muy complicado de entender; que cuando quieres a
alguien tú como director de tu vida, le das un papel importante en tu historia,
en tu vida. Luego también pensó que cuando quieres a alguien también le das la
llave mágica para entrar en tu mente, en tu corazón, en tu cuerpo… y sólo las
personas que saben como utilizar esa llave y no acampan a sus anchas
destrozando todo, son las que se han ganado quedarse en tu corazón, por eso
sintió que tampoco quería seguir queriendo a su tío Carmelo.
Ese
día, justo ese día, descubrió que no todos los soles eran amarillos, ni
marrones, ni grises, ni negros, que también existen soles rosas que acompañan a
los tejados azules. Y que ella podía querer o no querer a quién quisiera,
incluso aunque esa persona fuera la persona más importante de toda su familia.
Se estima que uno de cada cinco niños en Europa es víctima de algunas
formas de violencia sexual. Entre el 70% y 85% de los casos, la víctima conoce
e incluso quiere al agresor o agresora.
Sigue escribiendo y contando las cosas así de bien... Enorabuena.
ResponderEliminarGracias por los ánimos Pablo.
ResponderEliminarGracias a ti y a todos los que habéis puesto oído y corazón a realidades tan silenciadas.