“MIEDO A QUERERLES”

“Miedo a quererles”. En las últimas semanas lo he escuchado en dos ocasiones refiriéndose a menores en situaciones muy distintas: menores en acogimiento residencial y menores en acogimiento preadoptivo. Los motivos que llevaron a estas personas a expresar esto también son muy diferentes. Pero hay algo en común:
dijeron esto pensando en las consecuencias que una posible despedida después de unirse afectivamente a los niños tendría en ellas. En el momento en el que cada una de ellas me lo dijo no podían pensar en las consecuencias que no unirse afectivamente pueden tener en los niños.
Antes de continuar quisiera aclarar que no hay intención de crítica. Valoro el gran esfuerzo personal y/o profesional que supone convivir con los daños que arrastran estos niños.
La pregunta a la que me lleva la introducción de esta reflexión es la siguiente: ¿qué es mejor, quererles o no quererles? Para responder a esto he recordado la lectura de dos libros de Pepa Horno (especificados al final del artículo).

¿Quererles o no quererles? No existe desarrollo sin vinculación afectiva. Esto es clave.
El desarrollo afectivo influye en otros desarrollos como el cognitivo, el social o el sexual.
¿Cómo se traduce esto? El alto índice de fracaso escolar en niños que han pasado por historias de vida difíciles o se encuentran sumergidos en ellas no es casualidad. Como tampoco lo son las dificultades para relacionarse con los demás ni la manera de expresar la sexualidad que presentan algunos de estos niños.
Si nos encontramos en la situación de tener que ayudar al niño con conceptos o habilidades escolares que ya debería haber superado hace tiempo, o si hemos de enseñarle cómo se relacionan los niños de su edad porque él lo hace como los niños de menor edad, entonces debemos plantearnos que ante todo lo que ese niño está necesitando es sentirse querido; que alguien le enseñe a ser queriéndole incondicionalmente (aunque la duración de la relación venga determinada por circunstancias ajenas a nosotros). Establecer vínculos afectivos con los niños es vital para que se desarrollen y lo hagan sabiendo que no tienen ninguna "tara", que son tan “queribles” como cualquier otro niño. Esto es mejor a no dar afecto.
El sentirse queridos les da SEGURIDAD y la seguridad hace que exploren el mundo, que adquieran habilidades y conocimientos, que se abran a descubrir a los otros,  que se atrevan con los retos y que se sientan válidos.
La búsqueda de seguridad es innata en el ser humano. Si el niño no siente seguridad el cerebro bloqueará el desarrollo y se volcará en buscar esa seguridad venga de donde venga.

¿Hay esperanza para un niño que ya no está en edades tempranas? Sí, la hay; y la hay porque las personas tenemos la capacidad de vincularnos durante toda la vida (aunque la influencia de los modelos afectivos disminuye con la edad).
Si el afecto que se les da es verdadero y saludable, estaremos colaborando en la reconstrucción de un nuevo modelo afectivo en el niño que hará que tenga expectativas positivas sobre el mundo, sobre sus propias capacidades y sobre lo que puede esperar de las otras personas.
¿Quererles o no quererles? Por encima del temor a “pasarlo mal” en una posible o futura despedida, o del temor a ser rechazados por el niño, o del temor a “no saberlo hacer”, está la responsabilidad de procurar al niño el mejor desarrollo que podamos darle.

Bibliografía: “Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato” Pepa Horno; “Educando el afecto” Pepa Horno

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