El camino hacia el cambio...


Hoy, me gustaría compartir un pequeño relato, una fábula. Quizá, precisamente ahora, estamos en un momento donde más podemos anhelar los cambios, sin embargo, la incertidumbre a lo desconocido nos genera miedo, inseguridad e incluso nos lleva a aferrarnos a nuestra rutina, hábitos y estilo de vida.


Una hormiga vivía plácidamente en una montaña de azúcar. Otra hormiga vivía cerca de allí, en un montículo de sal. La hormiga que vivía en la montaña de azúcar vivía feliz, porque disfrutaba de un alimento muy dulce, mientras que la hormiga que vivía en la montaña de sal, siempre tenía una terrible sed después de comer.

Un día, la hormiga de la montaña de azúcar se acercó a la montaña de sal:
– ¡Hola, amiga!- le dijo.
– ¡Hola!- contestó extrañada la hormiga del montículo de sal- ¡Qué bueno ver otra hormiga por aquí! Comenzaba a sentirme muy sola…
– Pues vivo muy cerca de aquí, en una montaña de azúcar.
– ¿Azúcar? ¿Y eso qué es?- preguntó extrañada la hormiga de la sal.
– ¿Nunca probaste el azúcar? ¡Te va a encantar! Si quieres, ven mañana a verme y te dejaré probar el azúcar.
– ¡Me parece una idea fantástica!- contestó intrigada la hormiga de la montaña de sal.
Al día siguiente, la hormiga del montículo de sal decidió aceptar la invitación de su vecina. Pero antes de partir, pensó en llevar en la boca un poco de sal, por si acaso el azúcar no le gustaba. Así tendría algo que comer. Y después de andar un poco, enseguida descubrió la brillante montaña de azúcar. Allí, en lo más alto, estaba su vecina.
– ¡Qué bien que viniste, amiga! Sube, que quiero que pruebes el sabor del azúcar.
– ¡De acuerdo!- contestó la hormiga de la sal.
Una vez arriba, la hormiga vecina le ofreció un poco de azúcar, pero como ella tenía sal en la boca, el azúcar le supo a sal.
– ¡Vaya, qué curioso!- dijo la hormiga de la sal- Resulta que tu azúcar sabe igual que mi sal. Debe ser lo mismo. Tú la llamas azúcar y yo la llamo sal.
– No puede ser- dijo extrañada la otra hormiga- Yo he probado la sal y no se parece en nada… A ver, abre la boca.
Entonces, la hormiga se dio cuenta de que tenía guardada sal en la boca.
– ¡Claro! ¡Ahora lo entiendo! Anda, escupe la sal y prueba de nuevo…
La otra hormiga obedeció y esta vez sí, el azúcar al fin le supo a azúcar.
– ¡Mmmmmm! ¡Deliciosa! ¡Es una maravilla!!- dijo la hormiga entusiasmada. Y se quedó a vivir con su nueva amiga, disfrutando del maravilloso y dulce sabor del azúcar”

Prem Rawat.

 

Esta historia, de una u otra manera, la vivimos con los menores con los que trabajamos. Posiblemente, la situación actual, nos haya permitido conectar un poquito con el abismo al que se asoman y sienten muchos de ellos al experimentar la inestabilidad. Todos y cada uno de ellos, en mayor o menor medida y en diferentes momentos de su desarrollo evolutivo, afrontan importantes situaciones que suponen grandes cambios en su vida y funcionamiento. Al igual que el resto de la humanidad, los cambios, aunque sean deseados, les generan inseguridad, miedo, inquietud…y por tanto en muchas ocasiones, les llevan a aferrarse a aquellas conductas, actitudes, hábitos que, aunque pudiendo ser desadaptativos, negativos o incluso perjudicarles a nivel personal o en la interacción con los otros, mantienen por el simple pero a la vez indispensable hecho, de haberles permitido llegar hasta el momento presente (como a nuestra hormiga mantener la sal en su boca para asegurar su supervivencia y alimentarse).

Para generar cambios, primero tenemos que validar nuestros miedos, muchos de ellos ligados a la angustia por la pérdida y soledad. En ocasiones sabemos que es aquello que no nos hace feliz, como la pequeña hormiga sabe que la sal le proporciona sed, sin embargo, el miedo a perder lo que tiene le bloquea a buscar y/o iniciar nuevas alternativas.

El proceso de cambio no es un camino fácil ni rápido, sin embargo, si algo vemos y constatamos en nuestro trabajo diario, es la gran capacidad de superación, la cantidad de recursos y fortalezas que los más pequeños y vulnerables llevan y disponen en ellos mismos. Al igual que en el relato, “tan sólo” tenemos que acompañarles y ayudarles a arriesgarse a descubrir y experimentar el buen cuidado y lo que esto genera, para que poco a poco les permita ir soltando aquello que les limita y aferrarse a lo que les potencia.

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