LA MIRADA DEL OTRO (I): SU FUNCIÓN REGULADORA
Hablábamos
en un post anterior de la importancia
de la mirada de los otros significativos
en las personas y especialmente en los niños, pues su psiquismo
se construye desde el otro, desde ese otro
con quien se vincula, ya sea de forma segura o insegura. Cuando los
adultos, a través de su mirada, hacemos sentir vulnerables, indignos
del afecto del otro y lo hacemos de forma reiterada y sin reparación,
la percepción que recibe el niño del otro es tan insoportable que
surge la vergüenza como emoción. El niño sintiéndose atrapado en
su dolor, miedo, puede responder al entorno bien inhibiéndose o bien
desde la rabia.
A. Schore
señala la naturaleza “pre-verbal” de la vergüenza, surgiendo la
culpa cuando los niños ya hablan, pudiendo expresar, relatar. Sólo
cuando el niño puede entender que ha realizado una acción y esa
acción ha causado daño al otro, es cuando aparece el sentimiento de
culpa. Este doble proceso (vergüenza-culpa) tiene su influencia en
el proceso de autorregulación.
Cuando uno
es pequeño, necesita del
otro para
aprender a regularse,
algo que hacemos desde la conexión-desconexión-reconexión (D.
Siegel). La mirada que aportamos al niño, interviene en esta
función reguladora, así la vergüenza puede aparecer como un estado
emocional de baja intensidad que forma parte de este proceso
regulador cuando el otro significativo facilita la reconexión,
potenciando la dignidad del niño; pues el sentimiento de vergüenza
tiene que ver con el cuestionamiento de la calidad de la persona,
como señala Nathanson. Es bueno recordar que los niños miran a los
adultos como personas que tienen poder y dignidad, para ellos los
adultos son importantes y merecen la pena.
Ahora bien,
cuando en ese proceso de aprendizaje regulador, el otro significativo
no facilita la reconexión o se da, pero sin sintonizar con el niño
y lo hace desde el enfado… la vergüenza que siente es tan elevada,
que le desborda y provoca una falta en el aprendizaje de regulación
emocional. Cuando se producen estas situaciones de forma reiterada,
una de las formas de respuesta del niño es el enfado, la rabia. El
niño aprende a temer la mirada de aquellos que deberían darle
seguridad, llevándole a ser poco sensible a las miradas de los otros
y a fracasar en su aprendizaje regulador. También como podemos ver,
se pone en riesgo su capacidad para empatizar con el otro, debido a
esa dificultad para leerle. Un buen ejemplo lo podemos ver en el
video “the still face experiment: Dr. Edward Tronick”, donde
observamos el poder de la mirada de la madre para fomentar la
regulación o desregulación del niño.
Por lo
tanto la vergüenza y
posteriormente la culpa
sirven, entre otras cuestiones como funciones
reguladoras del comportamiento intrapersonal
(regulador interno) e
interpersonal (regulador social), y
depende de los adultos que nos relacionamos significativamente con
los niños, de devolverles una mirada que acoge, que ante un fracaso
les devolvemos una mirada que les da seguridad, que ante un hecho que
hay que modular, nos podemos desconectar para una seguida reconexión
que acoge a su persona, que es digno , que está aprendiendo a
modular y le miramos de forma responsiva, atenta, les devolvemos con
esta mirada que es digno de nuestra respuesta, de nuestra atención,
que es adorable, entrañable.
Todos
tenemos experiencias cotidianas con nuestros hijos, alumnos, niños
con quienes trabajamos… o no tan niños, de cuando les hemos
lanzado “miradas que matan”. Llega el verano, es tiempo de un
poco más de calma, de relax. Un buen momento para caer en la cuenta
del poder de nuestra mirada sobre el otro y por lo tanto
practicarla, hacerlo hábito, de tal forma que cuando ésta es una
mirada que juzga, que califica al otro, se nos clave a nosotros en
primer lugar y así modularla y reconectar “salvando”, rescatando
al otro, dando buena seguridad.
Buen
verano a todos y buenas miradas constructivas, creadoras!!!!
Volveremos en Otoño.
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